Este mundo es poblado por muchos seres vivientes, y entre ellos, diferentes seres humanos. No me refiero a rasas ni a naciones, sino a aquellos que creen en Dios, a los que dudan de Su existencia y a los que están convencidos que no existe un Creador o un Ser Supremo.

Todos ellos, o mejor dicho, todos nosotros, convivimos aquí y compartimos este planeta, la madre tierra, o la casa común, como la llamo el Papa Francisco en su última encíclica “Laudato Si”.

Vivir quiere decir, buscar felicidad. Todos estamos buscando felicidad y todos queremos vivir bien. Pero, ¿qué es esa felicidad?, ¿Es algo medible?, ¿algo tangible?, ¿es algo que las palabras pueden describir?

Sea lo que sea, podemos decir que la felicidad es algo difícil de entender. Todos buscan la felicidad y viven por ella, pero al mismo tiempo, vemos que el sufrimiento va aumentando por todos lados. Pareciera como si el sufrimiento de otros fuera mi felicidad. Pocos lo dirían o lo admitirán así, debido a que muy probablemente, en su interior, ellos no desean mal al otro. Ellos sólo buscan su felicidad, su beneficio, pero el sufrimiento del otro aparece inevitablemente. Así, nos hemos metido en un círculo vicioso, mientras nos esmeremos buscando únicamente nuestro bien, más dolor y sufrimiento habrá para el mundo.

Si miramos con atención, no hay un sólo rincón del mundo exento de la evidente decadencia en la salud, la moral y valores familiares. Al contemplar el mundo y nuestro entorno, podríamos llegar a creer que los problemas son asuntos individuales, de unos grupos o de cierta sociedad en particular, pero si vemos la crisis ecológica, observaremos que es global, y  es ahí, donde tenemos que concientizarnos seriamente de la gravedad del tema, en el cual estamos implicados todos, sin excepción. La crisis ecológica global es indicativa de la crisis que viven los seres humanos en todo el mundo.

Es obvio que muchas cosas ya están fuera de control. Podemos intentar explicarlo y encontrarle soluciones científicas, políticas o económicas, pero sin embargo todo eso va fallar, sólo se estará remendando superficialmente. El problema real radica en algo más profundo, dentro del corazón de cada ser humano. Por eso, quien cambie su corazón, quien logre ver la felicidad y el sufrimiento del otro como el propio, será un ser humano de Dios y tendrá un futuro brillante.

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En esa tarea de cambiar el corazón, puede ayudarnos exclusivamente Él, aquel de quien se dice: “Él hace brillar su sol sobre malos y buenos, y envía la lluvia sobre justos y pecadores. (Mt 5,45).” Además de los rayos del sol sobre el mundo, Él también hace brillar la luz de la fe sobre cada uno de nosotros, sobre los que creemos, los que dudamos y los que negamos Su existencia. Él está por encima de la cabeza de todos nosotros. El nos está manteniendo en todos los aspectos.
Su luz da felicidad al creyente, al que duda le da esperanza y al que no cree le permite tener remordimiento de conciencia. Así, el creyente no puede ni desea dejar de estar con Dios, el que duda se siente más y más atraído por Él, mientras el que no cree, a su tiempo se arrepentirá y tomara el buen camino.

El que no cree, no será forzado a creer. El Señor hará que logre arrepentirse desde lo más hondo de su ser comenzando por todas las transgresiones cometidas contra la madre naturaleza, contra sus hermanos los humanos y todos los seres vivientes. El Señor lo hará entender, de manera sobria y racional, lo egoísta o equivocado que fueron sus actos. Ante tal re-flexión, el infractor, no podrá si no volverse consciente y asumir su responsabilidad dentro de la familia universal. De esta manera provendrá la misericordia de Dios sobre el que tenga algo de sinceridad y veracidad en el corazón. Todos los demás se disgregaran – quién sabe a dónde – tal vez a los confines más obscuros del universo.

La cuestión sobre la fe y la existencia de Dios, es más práctica, más ecológica, que cualquier otra cosa; por ejemplo, existen aquellos que creen en Dios y aquellos que piensan conseguir que los demás también crean, pero ellos mismos no ejecutan los preceptos que el Señor señala, la congruencia y la honestidad son importantes. Existen otras personas que probablemente no crean en el Señor, pero están en el camino correcto debido a sus actos.

Así, todo árbol bueno da frutos buenos; pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado al fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis. No todo el que me dice: «Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: «Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: «Jamás os conocí.  (Mt 7 17-23)

Quien es sincero en su corazón, está en la búsqueda progresiva de la verdad, poco a poco podrá percibir e interpretar todas las señales. Así es Dios ciertamente en su infinita misericordia (a través de Sus devotos puros), cuya gracia, alcanza hasta al ser más desubicado, sin imponerse de manera alguna y sin lastimarle.

Dios no está para creer en Él o para entenderlo, si no para ejecutar Su deseo mientras estamos en este mundo. Él es el Señor de la creación, el que hace brillar el sol sobre todos. Él nos crío con un propósito, que es servir a Él a través de servir Su creación.

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